Vestir el cuerpo
Vestir el cuerpo de Victoria Muniagurria continua la genealogía “infancia y memoria” trabajada en Ríos (2014-2016), serie que trae, con la poética del nombre, un conjunto de vivencias de la niñez en torno a una red mesopotámica, al agua y sus infinitos sentidos. Si el río es una figura que interroga la identidad desde la pregunta de Heráclito, el “no nos bañamos dos veces en el mismo río” convierte la existencia en un devenir, en un constante proceso de transformación.
En el curso de esa metamorfosis, se forma sobre el cuerpo, una segunda piel, un vestir en el que estallan los recuerdos y también, la transgresión. La suavidad del lino, la frágil rigidez rugosa del almidón (Colman®), la paleta del rojo (carmesí-bermellón-laca carminada-bordeaux ftalo) se pliegan y repliegan sobre esos cuerpos, lugar de inscripción de la huella de los ancestros, de la procedencia de la ley del padre y del amor incondicional de una madre. Sobre ese sostén -que es el cuerpo finito, aprisionado- la materia vestida libera sus pliegues al rasgar la tela con una hoja metálica.
El vestido se arma sobre un maniquí, base-molde-cuerpo, de los antepasados donde nos construimos para luego producir el corte y el desgarro que permite, por una parte, la ruptura del sostén y por otra, el vestir la segunda piel de uno mismo obteniendo así un cuerpo empoderado, libre y soberano.
Vestir el cuerpo dialoga con los conceptos de la microfísica del poder de Michel Foucault, con la idea de pliegue procedente del barroco de Gilles Deleuze,con las cinco pieles de Huntertwasser; se nutre de los imponentes y rígidos vestidos de Alsem Kiefer, de los tesoros textiles ocultos en un ropero de Casa Azul de la inolvidable Frida.
Silvana R. López